martes, 16 de junio de 2009

pinto otro Shakespeare interno

Ha empezado otro día más. Todo es tan rutinario como otro día más. Es temprano, lo se sin mirar el reloj ni el cielo. Me despierto con un fuerte mareo, y supongo que con un poco de fiebre. Me cuesta más que siempre salir de mi cama. Si mal no recuerdo, tuve ciertas-pero insignificantes- pesadillas: las típicas pesadillas de fin de semana, que sólo yo las conozco. Al mirar la ventana, me estoy dando cuenta, que hoy no será un buen día. Pero yo estoy en mi cómoda cama, sin horarios que cumplir por el momento.

El molesto ruido del ventilador de techo me esta absorbiendo casi todo el sueño que podía haber aprovechado de manera efectiva, así que prefiero levantarme definitivamente. Pero antes de salir de mi habitación, miro nuevamente a través de la ventana: Ahí afuera hay un clima tranquilo, vivo en una ciudad bastante céntrica y concurrida. Caminando por la vereda no hay mucha gente.

Voy a la cocina; después de todo me conviene. Sabía que desayunaría por necesidad más que por ganas, pero el dolor de cabeza me gana, y no comeré nada.

Quiero volver al baño, pero no puedo: Hay algo en la puerta de entrada. Algo que me marcaría la vida: Alguien la había cerrado herméticamente con cadenas, de manera que era imposible salir.

No puedo hacer otra cosa más que quedarme mirando por un buen rato lo que tanto me sorprende. ¿Quién habría entrado a mi departamento? ¿Cómo lo habría hecho? ¿Por qué? Esas dudas fueron las que me condujeron a intentar abrir las ventanas. Y fueron aquellas dudas las que a la vez me respondieron a otra pregunta: ¿Era posible salir de mi vivienda?

No. La respuesta era no. También todas las ventanas, que no eran pocas, estaban tan cerradas como la puerta. Eso, sumado a mi dolor de cabeza, me destruyó el poco buen humor que conseguí al dormir. ¿Qué podía hacer? Me dirigí al baño. Lo que encontré allí fue algo que me dio un poco de esperanza, y a la vez me aterrorizó. Había un gran agujero en una pared, como de casi dos metros de diámetro, que no mostraba un fin. Luego de tomar un respiro, no se me ocurrió mejor plan que entrar en él, para poder salir del departamento.

Era un agujero húmedo, olía a humedad, y estaba muy frío. A medida que yo iba avanzando por él, un diminuto puntito blanco de luz comenzaba a hacerse notar levemente. Eso me motivó para seguir con más ganas, por más desganado que estaba. Todo el trayecto demandaba un notorio esfuerzo, del cual descubrí que disponía. No fue el esfuerzo lo único que descubrí, sino también el mareo en mi cabeza, que poco a poco se fue yendo. Parecía quel buen humor iba viniendo a mi estado de ánimo. Todo simulaba ser cada vez más armonioso y tranquilo: El olor ya había desaparecido, al igual quel frío. Y el-antes- insignificante puntito de luz, se agrandaba con rapidez. Faltaba muy poco para llegar a ese gran círculo brillante, ya estaba casi tocándolo. Con mis rodillas y manos totalmente lastimadas, finalmente había llegado.

Ahora que estoy muerto, se que pude superar todos los obstáculos que se me han presentado desde que me desperté. Ahora soy feliz, no hay hambre ni odio: Todo es paz aquí. He llegado al nirvana.

3 comentarios:

  1. groso el retrato de frazetta que te pusiste!
    dale, te llevo las revis, noproblem.voy a seguri chusmenado tu blog, que no conocia!
    abrazo y te veo el jueves

    ResponderEliminar
  2. pintar en una galería interior retratos de los lejanos poetas que quizás, a lo mejor no están muertos.

    ResponderEliminar